Tigre!
Lo escucho atenazada. La realidad cotidiana se ha esfumado al recibir su voz.
-Cuando llegué a este mundo, creí entender al ser humano-.
Pareciera que mi voluntad se difuminara, pues con un ademán me obliga a caminar junto a él mencionando el lugar donde nos dirigimos, más con amabilidad sanguinaria que reconfortante. Cierro un momento mis párpados y al alzarlos de nuevo he dislocado, la piedra me rodea con un olor enfermizo. Hemos llegado a este infierno animal.
Mi acompañante hizo una pausa para mirarme a los ojos y despúes continuó caminado hacia el foso, donde agonizaba la causa de nuestra presencia allí.
-Otro error sobre vosotros-. Movió la cabeza de un lado a otro, y fue triste e iracundo ese gesto, tremendo.
Sé lo que estaba pensando, yo misma lo experimentaba. Admirar con toda el alma a esa criatura indomable (y las emociones! que me embargaban al contemplarle así , tan magnífico aún sometido) prácticamente muerto, encerrado ahí...
-Y aún así,
(continuó él por mi)
tan bello!-.
De nuevo, me miró con tal furia, que creí que en ese mismo instante desataría toda su agonía, mas no hizo ni un ademan, únicamente esa mirada demoledora con una luz insufrible. Aparté mis ojos oscuros, no fuera que ardiera por dentro.
Cada ser mítico que encuentrase, recibía una de las miles de preguntas que inundan mi mente, alegrándome infinitamente si puedo continuar con los interrogantes. No ahora. No me dice si es miedo o muerte, un ángel o demonio, porque no pregunto nada. Me inunda su visión, allí bajo mis pies... No lo puedo soportar.
Estoy tan abrumada ya, y cada vez más lejos y más abajo (mas estoy en lo alto), porque él me ha encontrado y me ha gritado:
-Tigre!-.
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