La familia.
Es un cuadro costumbrista, el de esta semana en el Universo de las Palabras perdidas. Hay relato, hay relatos allí, evolucionados a partir de esa imagen.
Porque ya se sabe, evolucionar o morir.
La familia.
Llevaba sentada lo que le parecía una eternidad, y no tuvo más remedio que mirar ese cuadro en la pared, muy adecuado para un comedor público... o, para su desgracia, un comedor en la casa de sus futuros suegros. Al menos, no era el bodegón típico con el cadáver de algún faisán y dos manzanas con gusano, de sorpresa. No le decía nada, no le gustaba, pero menos aún le apetecía estar sentada en esa mesa, así que lo miraba. Oía la conversación y los ruidos de la comilona como un zumbido molesto, en plan moscardón cojonero.
Volvió al camino, con la mujer del cuadro.
"Son cuatro niños... aunque ella puede ser la niñera, y no la madre. Deben ser de buena familia, están muy limpitos, o justo era uno de los escasos días del año en que se bañaban... Estas pinturas mostraban el lado más bucólico del arte costumbrista. El pintor no era tan meticuloso para dibujar los piojos que correteaban por las cabelleras infantiles, ni se transmitía con el color el olor que desprendían, porque la ropa se lavaba de peras a cuartos."
"Cuatro", se repitió a sí misma.
Salió del paisaje cuando todo quedó en silencio. El moscardón debía haberse caído en alguna copa de vino. Uno normalito, dicho sea de paso. Todos la miraban, expectantes, con una sonrisa con un punto bobalicón, como en el cuadro.
—Bernard quiere tener cuatro hijos, somos una familia numerosa. La que menos de los nuestros, tiene una parejita, la pobre. Espero que a ti no te ocurra.
La voz atiplada de la madre de su novio atravesó sus tímpanos, no daba crédito a lo que oía.Volvió la mirada al cuadro de nuevo, que parecía mostrarle el futuro desde una imagen del pasado.
—¡Cuatro!.
Tripitió. En esta ocasión, lo dijo en voz alta. Quizás lo gritó. El caso es que la miraban con la boca abierta. Y... ¿cuándo se había puesto de pie?... ¿Era ella misma quien estaba despidiéndose atropelladamente mientras buscaba su bolso?
—Bernard, te dejo.
No podía creerlo, le estaba diciendo a su novio que terminaba con él, a palo seco. Se sentía como un autómata, gran parte de su voluntad estaba anulada, no era dueña de sus actos...
Levantó el abrigo del sillón y, al enderezarse, su mirada chocó de nuevo con el cuadro. Algo había cambiado. La mujer había girado la cabeza en un ángulo imposible y la miraba directamente, con una sonrisa salvadora en sus labios
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